Hace muchos años que comencé en esta bella profesión de agente/consultor/asesor inmobiliario sobre bienes raíces e inversor de capitales y cuando miro a mí alrededor, y aunque hayan pasado ya más de 20 años desde entonces, parece que el tiempo se haya detenido. Me recuerda a esa película de Bill Murray como actor protagonista en la película “El día de la marmota” si mi memoria no me falla.
Se ha detenido, porque no entiendo como en vez de ser cada día más profesionales, cada día vamos como los cangrejos para atrás, miro a nuestro alrededor y veo que cada vez somos menos profesionales en esta magnífica profesión. Seguramente como en todo, haya opiniones de euritos devoradores de noticias y libros y poseedores de verdades absolutas, dioses del Olimpo, jueces y parte culpables, absueltos y testigos, pero como decía mi abuela, gran sabía de la cultura y el conocimiento popular, “no hay nada más ignorante que el pensar que uno lo sabe todo” y como diría el filosofo descartes “Yo solo sé que no sé nada”. Partiendo de la base de mi abuela o del mismísimo Descartes, si he podido llegar a la conclusión por la que ahora escribo y no es otra que darme cuenta de que esta profesión está estancada.
Nuestra filosofía empresarial siempre ha estado basada y por supuesto no es un secreto en la formación de cada uno de nuestros asesores, desde que entran a la empresa hasta el día que salgan de la misma, siendo conocedores de que siempre se puede mejorar, siempre se puede aprender y nunca debemos de quedarnos en la zona de confort. Nos dimos cuenta de que para salir del estanque y ver el mundo que había fuera, teníamos que cambiarlo todo y eso significaba reaprenderlo todo o casi todo, que no es lo mismo pero es casi igual. Cierro los ojos y me veo sentado en el pasado en un banco en la Plaza de Olavide, en el mejor barrio hoy en día de Madrid, veo el fluir de la fuente redonda en medio de la plaza y siento el olor del agua fresca y las gotas que cual rocío me refrescan la piel, siento el devenir de la gente, de los ciclistas, de los chiquillos jugando a la pelota, del traqueteo del monopatín, y aquellos mendigos que iban con la casa a cuestas con la mirada pérdida.
Como en un sueño vuelo desde ese banco y veo los edificios singulares con su arquitectura representativa, sus fachadas llenas de ornamentos, todas tan diferentes y a la vez todas tan armoniosas como en una melodía, entremezcladas con los pétalos de las rosas de los cientos de rosales de vivos colores, rosas, amarillos, rojos, estridentes y chillones con su olor embriagador, como diciendo acuérdate de que en este momento estamos en primavera. Abro los ojos hoy y todo sigue igual que hace 20 años, tal vez algún puesto de helados se movió y algún que otro local se transformó, pero la esencia de las cosas y el paso del tiempo parecen que en esta Plaza se detuvo. Pero algo en ese lugar voló tan alto que nunca dejó de volar, ni creo que nunca podrá hacerlo, y no era otra cosa que mi imaginación, que mi mente, que quería ser el mejor en un sector inmobiliario que desde un principio y en mi humilde opinión me quería poner las cosas difíciles. Recuerdo mis primeras visitas, siendo casi un niño, con mi traje nuevo y mis miedos, llamando al timbre de la puerta de mi primer cliente, tenía tantas ganas tenía tanta ilusión, pero me faltaba tanto conocimiento y tantas experiencias, que lo normal era que el cliente no acabara contratándome.
Rápidamente vi las nubes negras que venían a por mí y me hablaban en la noche, diciéndome esto no se puede hacer, es imposible, nadie me va a contratar, este sector está podrido, mejor me dedico a otra cosa. Esas nubes negras crecieron hasta el punto de hacerme creer que era mejor dedicarme a otra cosa, pero la realidad era que tenía miedo al fracaso, estaba ante una situación que no controlaba y estaba a mil años luz de mi zona de confort. Empecé a darme cuenta de que esta profesión no era ni mucho menos un juego y que si lo fuera la gente jugaba muchas veces muy sucio en todos los bandos. Empecé a no saber cuál era mi bando, en cuál debería de posicionarme observando que mi sector no estaba nada profesionalizado y que mis clientes no respetaban, ni valoraban, ni entendían mi trabajo y tampoco eran para nada un ejemplo a seguir con las gratas excepciones de vida, es decir que también en esa época conocí gente maravillosa y extraordinaria. Pero afortunadamente algo cambió y sentí un clic en mi cabeza, como el que aprieta un interruptor de encendido y apagado y en ese momento tocaba encender algo. Me di cuenta de que todo estaba por cambiar y que lo más importante era cambiar la percepción que mis clientes tenían de las inmobiliarias debido a la imagen publica que habían proyectado los medios sobre nuestro sector y la mayoría de las veces con razón. Sin duda era un época de tremenda convulsión y por aquel entonces repicaba sin cesar el nombre de Jesús Gil, Isabel Pantoja, Julián Muñoz, el boom inmobiliario, la crisis etc. La especulación y la economía seguían el baile del ladrillo. Nada podía aborrecer más que verme metido en esa vorágine de ideas de mis clientes tan negativas sobre el sector en el que yo trabajaba y por el que ya daba y entregué todo, me sentía como un buitre de Monfragüe en el salto del Gitano y lo peor es que no tenía nada que ver con dicho animal.
A partir de ese momento me prometí a mi mismo luchar, trabajar y aprender a ser un inmobiliario profesional y crear un proyecto de futuro para que este sector se profesionalizara y fuera un referente en el mundo. En la actualidad ha llovido mucho desde entonces, tenemos escuela de formación propia, ofrecemos una carrera profesional a nuestros agentes, y pagamos a los mismos la comisión inmobiliaria más alta a nivel mundial, con el único fin de ayudar a las personas y tratarlas como nos gustaría que nos tratasen a nosotros.
Hoy en nuestro presente, seguimos apostando por la formación como valor fundamental para ser los mejores agentes, trabajar en equipo con filosofía tan sencillas practicas, útiles y conocidas, como “Uno para todos y todos para uno”, o “la unión hace la fuerza”, trabajo en equipo y ayudar y ayudar y volver a ayudar a todas y cada una de las personas que confían en nosotros ofreciendo un coste por nuestro servicio que no tiene competencia.
Somos conscientes de que esto no hecho más que empezar, pero ya hemos abierto varios puntos de venta, somos más de 30 personas trabajando, pioneros en muchas cosas que el cliente está descubriendo en nuestras visitas cerradas con el mismo en las que solamente asesoramos. Cada días tenemos más clientes y más asociados, cada día trabajamos mejor, y creo que ese agente joven que está sentado en el banco de la plaza de Olavide, se parece tanto a mí que podría ser yo, parece que fue ayer, pero este proceso comenzó muchos años atrás y hoy en este presente en el que os escribo y encuentro, sigo pensando que hemos de mantener el rumbo fuerte y firme para ser los mejores y ser el ejemplo a seguir por todos los demás si así lo consideran. Nada me gustaría más que abrir los ojos y ver que lo que veo a mi alrededor apenas haya cambiado, pero al mismo tiempo nada me enorgullecería más que ver que las personas admiran a nuestra empresa nuestros valores y nuestra forma de trabajar con la única premisa se seguir mejorando y ayudar a nuestros clientes y a nuestra propia empresa y agentes, con todo aquello que nos haga más profesionales y mejores personas.